Livis Khota
Lo primero sería crear un parlamento global soberano donde todas las personas tengan el mismo nivel de incidencia en las decisiones que afectan a todo el planeta. Como las Naciones Unidas, pero todo lo contrario.
A este parlamento concurrirían unas sesenta y pico de delegaciones, cada una de ellas con un mandato de, como mínimo, cien millones de personas. Así, cada miembro del parlamento global representaría a la misma cantidad de población y estaría siempre controlado, gobernado y eventualmente reemplazado por aquellos que lo eligieron.
La única pregunta que tenemos que hacernos para conseguirlo, en cada uno de los niveles —desde cada barrio o aldea hasta el parlamento global— es cómo hacen más de cien personas para controlar a unos pocos de los suyos elegidos por ellos mismos. No debería ser nada tan complicado. Sin embargo, hace siglos que unos pocos se imponen ante miles o millones.
Una vez que resolvemos esta cuestión, invertir el descalabro anterior y obtener una pirámide apoyada en la punta como base de una auténtica democracia planetaria nos resulta una tarea de lo más sencilla. Contaré aquí la parte que me toca.
Como vivo a casi a un kilómetro del paraje San Miguel, en el departamento de La Paz, Catamarca, Argentina; me fijo cómo hago, antes que nada, para juntar a cien millones de personas, como mínimo, así podemos tener representación en este parlamento.
Lo primero que se me ocurre, por un tema de proximidad geográfica, es que nos juntemos todos los de Uruguay, Paraguay, Argentina, Chile, Bolivia y Perú. Ya con eso, si sumamos todas las poblaciones, alcanzaría y sobraría.
Hago los veinticinco kilómetros de distancia que hay hasta el pueblo de Recreo y desde un locutorio le escribo un mail al Pepe Mujica, presidente uruguayo, con copia para Cristina, Evo, Lugo, Piñera y Humala. Les propongo que nos juntemos los seis países.
Menos Piñera, todos los otros me responden que no hay problema, que cuando los demás den el OK, ellos firman donde haya que firmar. Evo y Lugo se alegran de la salida al mar para su gente. El Pepe dice algo de que cada uno conserve su selección de fútbol, como hacen galeses, escoceses y otros en el Reino Unido.
Les digo a los cinco que dieron el OK que por lo de Piñera no nos hagamos problema, que pongamos a Ecuador —que más o menos tiene la misma población que Chile— y que con eso ya está, que ya somos otra vez más de cien millones.
Correa decide tirarlo para adelante y a último momento, cuando ya está todo listo para firmar, aparecen los chilenos para decir que ellos también entran. Para que ni Chile ni Ecuador se queden afuera, terminan ambos sumándose a los cinco que ya estábamos.
Lo primero que vemos es que la capital no puede estar ni en Quito ni en Tacuarembó, puesto que en un caso para los uruguayos y en el otro para los ecuatorianos significaría mucho gasto de recursos para llegar a la sede del nuevo parlamento regional.
Finalmente no sé quien recomienda que a la capital la podemos emplazar en un lugar que él conoce, no muy lejos del centro geográfico de la nueva región sudamericana. Total, que todos dicen que les parece bien y hasta ahí trasladamos la sede.
El sitio recomendado resulta ser una tierra áspera sin más vegetación que algunos cactos y donde sólo se puede cultivar quínoa y algún chuño, a tres mil ochocientos metros de altura, cerquita del salar de Coipasa. A pocos kilómetros se encuentra la antigua frontera entre Chile y los departamentos bolivianos de Potosí y Oruro, en plano altiplano.
La verdad, hay que reconocer que era bien jodido llegar hasta ahí arriba. Estaba en el medio de la nada, con todo respeto. Los tres pueblitos o caseríos más cercanos quedan a cuatro o cinco kilómetros cada uno del ranchito de adobe que dará lugar a tan ilustres visitas. El más cercano de estos caseríos se llama Livis Khota, así que ese mismo nombre le ponemos a la capital de la nueva región.
En principio, se puede llegar en tren hasta la estación de Uyuni, pero si uno le dice al maquinista que es por un tema importante, igual le frena en la Estancia Condo y así usted se ahorra un montón de kilómetros en autobús. Digo, por si lo eligen de delegado.
De ahí en más hay que hacer auto-stop por largas horas hasta el pueblo de Llica y, para la última parte y según recomendaciones de la gente del lugar, lo más seguro es hacerlo montado en llama o en mula, bordeando el sur del salar por más de setenta kilómetros, llevando suficiente agua y abrigo como para varios días de marcha.
La nuestra es una de las primeras regiones de cien millones de habitantes que se arman, porque en general entre los presidentes de los países de antes había bastante buena onda. Sin embargo, en poco tiempo se van montando también varias otras regiones —de similar número de habitantes cada una— a largo y a lo ancho del globo terráqueo, nuestra Patria Grande y achatada en los polos.
Algunos se juntan entre sí, como Ucrania, Polonia, Bielorrusia, los países bálticos y Eslovaquia; y otros que eran muy populosos, como China o la India, se dividen en varias regiones, así logran más representación en el parlamento.
Cuando los del antiguo gobierno chino ya están dispuestos a fletar un barco para enviar sus trece delegaciones al parlamento global —recién constituido en el sur australiano— se les explica que no, que se confundieron y que en realidad el asunto es que tienen que dividirse en doce o trece regiones totalmente autónomas, con un mínimo de cien millones cada una, y que cada nueva entidad tiene que mandar sus propios delegados elegidos por las suyas. Que cada uno se tiene que buscar la vida, vamos.
Al final todos terminan captando cómo va la cosa y se forman treinta y cinco nuevas regiones autónomas en Asia, nueve en África, siete en América, otras siete en Europa y tres en Oceanía, contando a la antigua Indonesia. Casi todos los estados nacionales previos desaparecen sin pena ni gloria. Los únicos que quedan como estaban son México y las Filipinas.
La sede del parlamento global, como recién decía, decidimos que quedaría en el sur de Australia, así todos los delegados pueden disfrutar de la oportunidad de atravesar un océano —o como mínimo un desierto— con sus propias fuerzas.
Los siguientes fueron meses en los que cada parlamento regional se organizó por primera vez de abajo hacia arriba y en los que se buscaron las formas para que todos los representantes que llegaban a las nuevas capitales regionales llevaran los planteamientos que los barrios y comunidades les iban dictando y que ellos copiaban con tinta indeleble en sus libretas.
Para poder formar parte de nuestro parlamento regional en Livis Khota, dispusimos que cada delegación tenía que concurrir llevando las propuestas de, como mínimo, un millón de personas.
Así, cada vez que hiciera falta, tendrían que salir hacia la nueva capital unas cuarenta y cuatro delegaciones desde Argentina, veintinueve desde Perú, diecisiete desde Chile, quince desde Ecuador, diez desde Bolivia, seis desde Paraguay y tres desde Uruguay. En total, ciento treinta y pico de delegaciones.
Previo a ello, nos aseguramos de que los miembros de cada delegación se declaren totalmente autónomos de las administraciones nacionales y provinciales anteriores, jurando obedecer tan sólo al mandato del más de millón de habitantes que representan.
En nuestro caso, agrupar a esa cantidad de gente no fue problema. Entre las provincias de Catamarca y San Juan llegábamos justito al millón de habitantes, pero tampoco la íbamos a dejar afuera a La Rioja que quedaba en el medio de los dos, así que nos juntamos las tres provincias y armamos una nueva nación de casi un millón cuatrocientos mil habitantes. Ya teníamos derecho a delegación propia.
Como reunirse más un millón de personas en la plaza de algún pueblo era bastante complicado, nos pusimos de acuerdo en que había que tener más de diez mil habitantes para poder formar parte del parlamento nacional.
En nuestra nueva nación la sede de este parlamento se emplazó en un paraje de La Rioja, no muy lejos de mi casa en cuanto a kilómetros, pero bastante dificultoso de llegar para los de nuestra zona, puesto que no había nada directo y sólo quedaba tirar caminando a campo traviesa una buena cantidad de horas.
Para reunir diez mil tampoco fue tan complicado, porque mi antiguo departamento de La Paz tenía unos veinticinco mil habitantes, así que nos dividimos en dos comarcas: por un lado la gente de Recreo y sus alrededores, y por el otro la gente del resto de los pueblos, parajes y casas aisladas, entre los que se cuenta la mía y de mis changuitos.
Puesto que igual para reunirnos diez mil necesitábamos una cancha de fútbol y en la nueva comarca no había ningún estadio tan grande, nos pusimos de acuerdo para que de entre cada grupo de cien habitantes, como mínimo, vaya una delegación.
La primera reunión con los cien pobladores locales anduvo bastante bien. Nos conocíamos casi todos desde hacía tiempo, menos los dos o tres que se habían mudado en los últimos meses y que no conocían todavía a los que habían estado de viaje.
Charlamos un rato, tomamos unos mates amargos y nos pusimos de acuerdo en que había que cuidar los ríos sobre todo, que era lo más urgente, que había algunas vacas y muchas cabras cagando en la parte de arriba de los cursos de agua y que ésta llegaba un poco sucia, y que además había alguien que andaba echándole químicos a las plantitas, que daba igual quien fuera pero que ya estuvo bien, que usásemos sólo fertilizantes y plaguicidas no contaminantes, que haberlos los hay. Una mujer que sabía mucho de yuyos se ofreció a dar un tallercito de preparados naturales la semana siguiente.
Antes de irnos algunos vecinos comentaron que había alguna gente que estaba sin nada de trabajo. Se vio qué sabían hacer y le empezamos a encargar cosas y a pagarles con madera, frutas y conservas, poniéndonos de acuerdo todos para aprovechar y compartir los gastos de los medios de transporte disponibles para el pueblo. También se comentó que se podían construir unos zanjones de barro, piedras y arcilla que atrapaban la niebla y que de eso se podía obtener agua que permanecía allí depositada incluso en temporadas de sequía. Otros que estaban con poco trabajo o que tenían ganas de hacerlo, se ofrecieron a rastrear los bancos de niebla y a construir los zanjones.
Quedamos en vernos cada veintiocho días y nombramos una delegación para ir al encuentro inaugural del parlamento comarcal de la zona rural del antiguo departamento de La Paz. Los elegidos se encontraron en San Antonio justo al día siguiente, para que a ningún delegado se le olvidase ni se le mezclase lo que habíamos hablado.
La Villa de San Antonio había sido la capital del departamento durante la primera mitad del siglo pasado, así que según cuentan estaba bastante bien acondicionada para recibir a las poco más de cien delegaciones provenientes de la mitad del antiguo departamento.
Cuando los delegados volvieron de la reunión con la decisiones tomadas por los diez mil que somos, organizaron un encuentro y nos contaron que el parlamento comarcal había priorizado el tema de la falta de trabajo en la zona y la preocupación por la mega-minería que ya empezaba a contaminar los ríos que nacen en el oeste de las antiguas provincias de Catamarca, San Juan y La Rioja; y que incluso parecía que podían estar depositando cianuro hasta en las napas subterráneas de algunos de los pueblos de abajo.
Elegimos una delegación para ir a la reunión de la nación formada por las tres antiguas provincias y allí como cosa central se decidió que el agua servía, de aquí en más, sólo para beber, regar huertos y frutales, alguna ducha diaria, y ni una sola gota para la minería. Mejor tener frutas, bebida para el ganado, vegetales frescos, madera y agua limpia para bañarse que las montañas destrozadas, los ríos contaminados o secos, veinte desocupados menos y unos cuantos kilos de oro viajando para Canadá.
Lo segundo que se decidió fue que todas las tierras de las tres antiguas provincias pertenecían a sus habitantes y que no se podían vender ni arrendar. Eso sí, que el que quisiera venir a instalarse y trabajarlas, sería recibido con gusto.
Ahí mismo se eligió a una delegación para ir a Livis Khota y todos sus integrantes juraron que sólo representarían la palabra de las más de cien asambleas de la nación que los habían nombrado y que harían exactamente lo que se les había instruido.
Como recordatorio, se le regaló a cada uno una artesanía de madera que semejaba una pequeña guillotina y un muñeco de trapo que representaba a un monarca decapitado. Lo sé porque desde entonces cargo con ambos juguetes encima, atados al pañuelo que llevo en el cuello.
Viajamos hacia el norte con otros delegados, en camionetas o a lomo de mula, según la ayuda en trasporte que íbamos recibiendo de la gente que nos iba alojando a lo largo del camino y que aprovechaba para contarnos sus sueños personales y colectivos. Los ayudamos en sus labores. A veces nos encontramos con integrantes de otras delegaciones que venían desde Uruguay, sur de Argentina y Paraguay.
Fuimos por la ruta 157 y por la 38 hasta Tucumán, después agarramos la ruta 9 y nos maravillamos con Humahuaca y con Tilcara, cruzamos el Trópico y la antigua frontera entre Argentina y Bolivia a tres mil quinientos metros sobre el nivel del mar.
Ahí tomamos un tren que cruzó sobre los cuatro mil y pico de metros del altiplano del antiguo departamento de Potosí. Nos bajamos en Estancia Condo pasada la medianoche, con más cantidad de frío junto de la que había sentido nunca antes en Catamarca.
Entre fogón y fogón, a lo largo de los más de mil quinientos kilómetros totales del viaje, arreglamos, por lo pronto, sólo los asuntos de nuestra región. Todos traían mandatos que coincidían en lo mismo: la recuperación de los trenes de pasajeros, el acceso equitativo a la prensa, una renta básica universal, una reforma agraria que incluya materiales de construcción y herramientas para labrar, una investigación del origen de todas las deudas, el freno a la gran minería, las jubilaciones que queremos que a los viejos les alcance, la democratización de todo lo que hay, la dignificación de la vida en las villas miserias, los hospitales públicos que funcionen de una vez por todas bien, la distribución del agua de regadío, el apoyo a los pequeños emprendimientos de las comunidades y la prohibición de los monocultivos y los transgénicos.
Tras varios días de marcha en mula por pueblitos como el de Alapaxa, llegamos por fin a Livis Khota, a tres kilómetros de la capital regional de nuestros cien millones de habitantes. Allí me instalo y cuando llega una delegación del sur chileno me quedo prendado de unos ojos oscuros y limpios de mujer, desde cuyas profundidades brillan todo el cielo y todos los lagos de la región.
Por la relativa cercanía entre la antigua Catamarca y la antigua Oruro, figuramos entre las primeras treinta delegaciones en llegar, así que mientras esperamos a los demás, vamos armando los campamentos, cargando cubos de agua desde el lago y juntando leña para soportar el intenso frío y poder cocinarnos algo.
Como a esta altura del nivel del mar casi no hay vegetación y como tampoco habíamos podido cargar muchas ramas desde abajo, en mula o a pie, empezamos a recolectar toda la bosta de los equinos y de las llamas que nos ayudaron a subir, así como de los guanacos salvajes que veíamos desde lejos.
Me acuerdo del mundo de antes de mandarle el mail al Pepe Mujica y al resto de los presidentes del sur sudamericano. En esa época los funcionarios todavía arreglaban los temas de energía, calefacción y refrigeración de las poblaciones rurales en edificios céntricos y con aire acondicionado.
No pasaban en el bosque más que un fin de semana al año y no se enteraban que cada vez quedaban menos lugares para recolectar frutos, setas, piñones, leña y plantas medicinales, que cada vez había que hacer más kilómetros para conseguir un cubo de agua potable y que se multiplicaban los campos con alambrados, soja, pesticidas, emigrados y hambre. Querían resolver las penurias de la gente sin experimentarlas, sin mirarse en las pupilas de la tierra y de las mujeres y hombres de la tierra.
Ahora ya conseguimos lo más difícil de todo, que la palabra de cada quien valga lo mismo que la de cada cual. Sólo nos queda ponernos de acuerdo en lo prioritario, llevar las resoluciones al parlamento global e ir arreglando los desperfectos que se fueron ocasionando en el planeta cuando las cosas funcionaban de la otra forma. Mientras tanto y antes de que llegue la helada, ayudamos a los campesinos a sacar los chuños y a congelarlos para reserva. Aún es temprano, pero ya empieza a amanecer.