1- Sobre los misterios galácticos: una introducción
-diálogos con Giordano Bruno-
Buscando un interlocutor para las dudas que tenía, comencé a escuchar, con una nitidez creciente, una voz que me hacía decir y escribir cosas que quizás yo conocía, pero en una capa que aún no se había hecho consciente en mi vida cotidiana. Nunca tuve dudas de que esa voz proviniese de mi ser más profundo. No obstante, un día tal voz se presentó con nombre y apellido: era Giordano Bruno, aquel monje dominico que hablaba sobre la infinitud del Universo y que murió quemado en las hogueras encendidas por los cardenales más importantes del Vaticano.
En un principio pensé presentar estas notas bajo mi exclusiva autoría, pues la gran mayoría de ellas, aunque provenían ya de Bruno, fueron tomadas antes de que “el Nolano”, como fuera éste llamado en el siglo XVI, se diera a conocer como tal. Yo ya estaba algo familiarizado con el fenómeno de las canalizaciones, pero la comunicación que había establecido con aquel oscuro hereje renacentista en muy poco se asemejaba a los estados de trance con los que asociaba tal fenómeno.
Confieso que he sido desordenado y haragán para hacer las preguntas, escuchar las respuestas, escribir y –sobre todo-, ordenar lo escrito. He alterado casi todas sus palabras, puesto que su estilo me resultaba bastante engorroso y porque, al estar ya muerto y sus cenizas dispersas aquí y allá, no había tampoco ninguna figura jurídica habilitada para demandarme por la licencia que me he tomado.
Finalmente, me llegaron de manera significativa un par de sus obras, que me resultaron fascinantes, no tanto por el lenguaje -que se me seguía figurando igual de recargado que cuando se expresaba personalmente-, sino porque allí lo hacía también en forma de diálogo. En sus escritos, cuando quería hacer escuchar su propia voz entre la multitud de otras voces y opiniones, lo hacía con el nombre de Filoteo, y en otras ocasiones con el de Teófilo. Esto es: “el amante de Dios”.
Comencé pues a preguntarme si el Nolano no había establecido algún tipo de comunicación directa con este Teófilo, siendo algo más que un recurso estilísico. Quizás era ésta la forma elegida por un misterioso linaje para comunicar su saber. Simultáneamente a este interrogante, me llegó un libro de comienzos del siglo XIX escrito por Schelling, organizado también en forma de diálogo y donde la voz interior del alemán era denominada “Bruno”. Ya no me quedaron dudas y, a partir de entonces, el montón de escritos con el que yo contaba, se transformaron de un pincelazo de “ensayo” a “diálogos”.
¿Significaba esto que mi ser más profundo y Giordano Bruno eran la misma entidad? No, puesto que nada se escuchaba de parte suyo en las cuestiones que hacían específicamente a mi propia vida. Bruno parecía interesado solamente en las consecuencias prácticas y filosóficas de su visión cosmológica de Dios y del Universo.
Comprendo ahora, que ambos ya hemos conversado bastante, que su voz es la de un tipo de energía que agrupa a varias conciencias en la tercera dimensión, entre ellas la mía. Sin embargo, es un familiar y un igual mío en tanto que también soy un ser pentadimensional. Desde una perspectiva de mí mismo como totalidad, Bruno es nada más que un sector de mí entre otros infinitos seres posibles. En todo caso, es Bruno el fragmento con el que yo estoy dialogando en el ahora, por lo que agradezco enormemente su manifestación a través mío. Los dejo entonces, sin más preludios, con mi curiosidad y sus respuestas.