Multiétnico Marruecos
EXPOSICIÓN FOTOGRÁFICA DE PIA PONTI Y JAVIER CASTELLANO
Marruecos es el único país africano con salida al Mediterráneo y al Atlántico, una geografía que lo posiciona como cruce obligado de caminos y de migrantes entre el desierto del Sahara y Europa.
También es la tierra desde donde partieron conquistas e invasiones al norte y al sur, desde la conquista que cruzó el estrecho de Gibraltar en el siglo viii y que culminó en el esplendor de Al-Ándalus hasta la Marcha Verde, tan sólo cuarenta años atrás.
Esta invasión sobre la vecina Republica Árabe Saharaui Democrática condujo al antiguo Sahara español al desastre humanitario en que hoy se encuentra y a que ahora, una vez más, se vuelvan a oír tambores de guerra.
El reino marroquí son los beduinos Beni Hassan, los ghomaras del Rif y los judíos sefaradíes. También los europeos hijos de los funcionarios de la época del protectorado español y francés, o de los beatniks que quedaron hipnotizados por el paisaje y por el humo dulce de la grifa.
También son los gnaouna, los subsaharianos que migraron desde siempre entre el Sahel y el Sahára en caravanas de camellos que iban de ida y vuelta; pero que últimamente migran sólo de ida, y a veces ni siquiera eso. “En las aguas del estrecho, flotan claveles negros” —dice una canción de los Mártires del Compás.
Marruecos son todos los que fueron llegando o pasando y que al final se quedaron. Sin embargo, por número y peso cultural; las dos grandes etnias, en orden de llegada, son los bereberes y los árabes.
En las zonas montañosas del Atlas y del Rif, la población es mayoritariamente beréber o mejor dicho “amazigh”, quienes habitan el Magreb desde tiempos inmemoriales, desde mucho antes que los árabes y probablemente también antes que las piedras, los oasis y las montañas.
Sólo el desierto es más antiguo que ellos. Su calendario ya está a punto de llegar a la cuenta de los tres mil años.
Titus Burckhardt cuenta que “una gran parte de los bereberes eran de religión judía, otros eran cristianos monofisistas y la mayoría eran paganos o miembros de extrañas sectas que combinaban una mezcla de elementos”.
Los árabes y el Islam fueron llegando mucho después, a partir del siglo vi, hace apenas mil quinientos años atrás.
Bereberes y árabes se distinguieron entre sí y se fusionaron, conservaron sus propios idiomas y aprendieron el del otro pueblo, lucharon entre sí y luego se pusieron de acuerdo, a veces para luchar contra otros pero generalmente para convivir en paz.
Los árabes conforman la etnia más numerosa mientras que la mayoría de los bereberes, más de un tercio de la población total, hoy son también musulmanes, aunque viven el Islam a su modo y con algunos toques de animismo.
Como en todas las medinas de todos los países árabes del mundo, en Fez el-Bali los hombres caminan por delante, charlando y a veces hasta tomados de la mano.
Detrás de ellos, las mujeres marchan silenciosamente envueltas en sus chilabas.
Aunque la desigualdad de género es una realidad incuestionable, Burckhardt nos revela que “el verdadero rostro de Fez permanece oculto para quien sólo conoce la ciudad desde la calle y no ha visto más que las callejuelas llenas de comercios y las grises paredes exteriores de las casas. El interior de la casa es el dominio, estrictamente protegido, de las mujeres”.
El zoco de Marrakesh es el sitio ideal donde los miembros de todas las etnias del Reino Alauita se encuentran y se dedican a lo que más les gusta: charlar durante horas y continuar compartiendo té a la menta hasta que se ponga el sol.
La excusa para hacerlo es el comercio de las hermosas piezas de platería, los productos de la huerta y las alfombras traídas a lomos de sus burros desde las aldeas más remotas.
La costumbre occidental de comprar sin regatear e irse inmediatamente, salteándose así el ritual de la conversación y las bromas, está tan mal visto en Marruecos como en Occidente lo estaría quedarse charlando durante horas con el cajero de un supermercado.
Pasear por Marruecos es entrar al mundo del ritual, que abarca desde los pequeños ayunos como el día de Ashura hasta a la interminable luna del Ramadán.
También incluye desde las pequeñas ceremonias en torno a los tajines servidos en ollas de barro o las fragantes pipas de kif hasta las seis veces por día en que casi toda la población —al grito de los ulemas desde las mezquitas— se inclina hacia la piedra negra de La Meca, a varios miles de kilómetros de distancia.
Estos rituales se pueden ejecutar mecánicamente pero también pueden ser un alto en las actividades rutinarias para respirar profundamente, tomar conciencia de uno mismo y de su conexión con Alá, o como se lo prefiera llamar.
FEDERICO PAZ